Mi universo de TIC
jueves, 10 de abril de 2014
Abelardo Castillo y los adjetivos
"Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: Era una montaña titánica, enorme, alta. Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos."
Abelardo Castillo dixit.
domingo, 30 de marzo de 2014
El ensayo: un género culpable - Eduardo Grüner
“El riesgo creativo del género
ensayístico, en la universidad, se ha vuelto prácticamente imposible”
Entrevista
con Eduardo Grüner, sociólogo, ensayista y crítico cultural doctorado en la
UBA; a partir de la reedición de su libro Un género Culpable. La práctica
del ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones (Ediciones Godot).
Se presenta el próximo viernes en el Museo del Libro.
Por Juan Ciucci
APU: ¿Cómo lo encuentra la reedición del libro, qué le pasa con eso?
Eduardo
Grüner: Es raro, siempre, reeditar un libro, que en este caso tiene casi veinte
años. Fue el primer libro que publiqué en formato libro digamos, ya que había
publicado un montón de ensayos en publicaciones y revistas antes. En su
momento, ante un ofrecimiento de la editorial Homo Sapiens de Rosario,
junté una selección de esos artículos que, en aquel momento, la mayoría venían
de la revista Sitio que hacíamos con Luis Guzmán, Ramón Alcalde, y
Mario Levin, entre otros. Un género culpable se publicó, tuvo su
circulación y de pronto desapareció; quiero decir se agotó la primera edición y
era una época de transición en la cual todavía no existía la costumbre de
trabajar sistemáticamente con la computadora, estamos hablando de principios de
los noventa.
Yo sí
lo había hecho, bueno no yo; la editorial había tipeado todo pero se perdió el
diskette, se perdió el disco duro, no sé… además era una época en que yo
trabajaba con Mac y era dificilísimo convertir, bueno, todos esos problemas. La
cuestión es que el libro hace muchísimo que está como inhallable, casi
dieciocho de esos veinte años. Y pasó una cosa rara que es que a través de
todos estos años muchos amigos, conocidos, colegas, incluso estudiantes, me
venían insistiendo, habían escuchado o habían visto citas y se había
transformado en una especie de pequeño mito circulante que mucha gente citaba
sin haberlo leído, cosas así. Me empezaron a insistir y finalmente apareció,
y aprovecho para darle un gran agradecimiento a Sebastián Russo, colaborador
mío en la Cátedra de Filosofía y Letras que insistió e hizo un poco el puente
con la gente de Editorial Godot. Entonces aparecieron los de Godot –yo los
cargo un poco porque traicionando su nombre: llegaron sin que yo los esperara-,
y aprovecho para agradecer a la editorial.
El
libro no está corregido pero sí un poco aumentado, porque le agregué al menos
media docena de ensayos; en un par de casos, que habían quedado afuera la
primera selección para que no se alargara tanto. Y cuatro o cinco más que son
posteriores, pero que yo juzgué que estaban más o menos en la línea. Te decía
que es una cosa rara porque veinte años es un montón de tiempo y siempre existe
el temor de que algunos de esos ensayos puedan estar fechados en el sentido de
cuáles eran los debates, las preguntas, las peleas incluso, en que uno estaba.
Sobre todo en la época, porque veinte años son del libro, pero algunos de esos
ensayos tienen más de treinta, principios de la década del ’80 y cambiaron
mucho las cosas. Sin embargo, leyendo para hacer la nueva selección, juzgué que
sí, en su momento, yo los había escrito y los había publicado, seguramente era
porque pensaba que, incluso podría decirse que algunas de las cosas que yo
decía entonces ahora no sé si estoy de acuerdo, pero digo: se recurre al viejo
truco de fecharlo y que el lector sea el que juzgue. Los últimos que incorporé,
sí, son cosas que yo defendería. Las ideas básicas, e incluso los sentimientos
básicos, con los que yo escribí esos ensayos, los puedo defender hoy con cierta
consistencia.
APU: Es un libro de ensayos que pone en el centro del debate el lugar del
ensayo.
EG:
Sí, sobre todo esos primeros ensayos eran ya en ese entonces, y cuando digo “ya
en ese entonces” quiero decir que este eje que voy a mencionar que,
paradójicamente, ahora está mucho más presente que en esa época; era la defensa
de la forma ensayística como un modo de producción –si puedo hacer esa
paráfrasis- de pensamiento crítico, de conocimiento crítico. Que salta por
encima de las barreras disciplinarias, de los corralitos –no existía el término
corralito en ese entonces-, de la burocracia universitaria que se han vuelto
mucho más oprimentes, más cerrados y más disciplinarios en el mal sentido del
término, de lo que eran en el ´81, ´83, ´85, cuando los primeros de esos
ensayos se escribieron. Del ’81 no hablemos porque era la Dictadura, pero
quiero decir: hoy es mucho más difícil, en esa época todavía se podía realizar
este trabajo intersticial a caballo de la enseñanza universitaria, de la
academia, o como se quiera llamar, y la asociación libre del escritor que
escribe sus ensayos sin necesidad de tener a ningún método científico
prescripto. En esa época se podía hacer eso pero ya se venían venir los
primeros síntomas de un cambio importante que ha alcanzado ya, hoy en día, esta
situación prácticamente con la lógica de los papers, del reciclado permanente
en las revistas indexadas, los méritos en puntajes para el UBACyT o CONICET, o
lo que sea. El riesgo creativo que supone el género ensayístico como tal, la
estructura misma, la gramática, la lógica misma de ese género, dentro de la
universidad, se ha vuelto prácticamente imposible. Entonces, en ese sentido, sí
me pareció muy bien re-editar esa pelea que en el contexto actual, te digo,
creo que está más vigente que en ese entonces.
APU: Me interesaba el planteo del ensayo como el espacio de las lecturas
propias volcadas en la realidad. También en contraposición con la academia: no
lecturas para apropiarse y que queden en un lugar, sino lecturas que se
vuelquen a lo social.
EG: Es
curiosa la referencia que haces a las lecturas. Hay, en algunos de los ensayos,
no me acuerdo en cual, yo recuerdo algo que leí alguna vez, creo que en Roland
Barthes, cuando él dice que si mientras uno está leyendo algo que le interesa
mucho levanta la vista y se deja ir en una serie de asociaciones sobre eso que
está leyendo, y después escribe eso que estuvo pensando medio distraídamente,
eso es un ensayo. Entonces, sí, como vos decís, se trata de lecturas, de dar
cuenta de lo que le pasa a uno con esas lecturas, no de acertar con la
interpretación correcta, sería preferible si uno hace eso también, no estar
condicionado superyoicamente por acertar con la interpretación correcta o
con decir algo tremendamente original. Sino simplemente con este dar cuenta no
solo del texto o de los textos, o de las lecturas que a uno le interesaron,
sino de lo que uno es capaz de hacer con ellos más bien. Por supuesto, sin desprenderse
de esas lecturas, porque es imposible. Qué es capaz de producir uno, para
decirlo con esa metáfora económica, con esa materia prima. Eso implica tomar
esos riesgos de los que hablábamos, pero sobre todo un enorme placer, o debería
notarse en un ensayo por más que el estilo sea farragoso o, a veces, difícil,
debería notarse el placer que le dio a uno escribirlo. Yo no soy uno de esos
escritores que sufre, viste que está esa especie de mito que hay de la condena
de la página en blanco, nunca lo entendí; si vos estas delante de una página en
blanco y no podes llenarla de palabras, será que no tenías que decir en ese
momento, por qué eso va a ser un problema, el mundo no está esperando lo que
uno le quiera decir, es al revés, uno tiene que proponérselo.
APU: En esa lógica de la academia, así debe ser cuando hay que entregar
obligadamente.
EG:
Claro, esa es la gran diferencia. En la academia tenes fecha fija, cuando tenes
que entregar el informe UBACyT o el texto que te pidieron para la revista
indexada; la mayoría de las veces, por supuesto, yo pido prórroga o renuncio
porque nunca llego. Acá no, acá publicás, si es que publicas, cuando decís,
como decía Borges, para no seguir corrigiendo, decía él: uno publica para no
seguir corrigiendo. Cuando sentís que dijiste lo que tenías que decir, llamas
al editor y decís: bueno, tengo esto, te interesa, no te interesa, o te llama
el editor a vos… no hace falta estar en ese condicionamiento persecutorio de la
entrega.
APU: Al hablar de la decadencia del ensayo allá por el ’85, decís que falta
la convicción y la pasión para escribir. Sacando de lado a toda esta parte más
académica, ¿encontrás que después del 2001, si se quiere, ha reaparecido un
ensayo distinto?
EG:
Bueno, sí. En ese momento, la pelea era con el alfonsinismo, si hubiera que
ponerle una etiqueta, podemos discutir ahora qué significa el alfonsinismo.
Quiero decir que había como un renovado espíritu progre, institucionalista,
democratista, comprensible en muchos sentidos frente a lo que había sucedido y
al entusiasmo con la recuperación, al menos formal, de la democracia, pero que
fue bastante perjudicial para la creación libre en el sentido de un género como
el ensayo. Eso, después, con el menemismo… por supuesto hay que ser cuidadoso
con lo que uno dice en estos casos para que se entienda bien y no se
(malinterprete). Una vez Sartre, para escandalizar, provocativo como era, dijo:
nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana; en el sentido –quería
decir él- de que no había que rendirle cuentas a nadie, sobre todo no había que
rendirle cuentas a los amigos, sino que lo que se podía o no podía decir en ese
momento era realmente la verdad llevada a sus últimas consecuencias, en un
sentido de lo que uno creyera que fuera la verdad. Con el menemismo, sin por
supuesto cometer el disparate de compararlo con la ocupación alemana nazi,
sucedió algo parecido: había una paradójica y engañosa libertad que tenía que
ver con que bastaba con estar en contra del menemismo para que, más o menos, a
uno se le perdonara casi todo y no tuviera que especificar ni entrar en grandes
o detalladas honduras sobre una posición política, teórica, estética, o lo que
fuera.
Eso se
terminaba en el 2001, donde el estallido fue tan grande, no porque no se
estuviera preparando desde antes, yo no soy de los que piensan –vos lo sabes,
ya hemos discutido esto- que la política volvió en el 2003, ni siquiera en el
2001. Por supuesto que se hizo política, yo escribí muchísimas cosas, hice
revistas, estuve en mesas redondas, fui uno de tantos, pero claro que era en
otras condiciones. A partir del 2001, se re-editó, no cabe ninguna duda, esta
pasión, a veces mal orientada, mal entendida, según mi criterio, pero no
importa, hubo una especie de resurgimiento de esta pasión que se expresó
también a veces para bien, otras veces para mal, pero como síntoma bien
interesante en la aparición de lo que había desaparecido, lo que era una
tradición argentina de la libertad, que eran los agrupamientos de
intelectuales, en términos generales. Carta Abierta, la Asamblea del Frente de
Izquierda, Plataforma, etc, que desde distintas posiciones volvían a lo que
había sido una gran tradición, como lo es la gran tradición del ensayo; la
tradición argentina a partir de Sarmiento, también con las muy diferentes tradiciones
o corrientes, la gran tradición de un ensayo combativo, un ensayo político en
el sentido fuerte de sentar posiciones frente a todo, más allá de que se
hablara específicamente de la política en el sentido estrecho o no.
También
una política literaria, una política estética, una política del lenguaje, de la
palabra, de la letra, eso yo creo que fue algo estimulante que pasó en todo
este último período. También eso es una razón, temo que con todo este despelote
que estamos viviendo haya un cierto apagamiento de eso, o desconcierto o
desorientación, vaya a saber. Digo: hablo también de mí, no es que se lo
atribuyo a los demás. Bueno, esto también es una buena razón para re-editar
este libro; con la modestia del caso, editar esa pequeña peleíta también.
APU: También sería un momento en el cual se intenta desde el texto dar
cuenta del momento, y que esos textos tienen una relación muy directa con el
pasado, con la creación de palabras incluso como el caso de Carta Abierta y el
famoso concepto destituyente...
E.G:
Sí, pareciera que hay una necesidad, a veces bien usada y a veces abusada, como
pasa siempre de cierta refundación del lenguaje político, del lenguaje
literario también. La vez pasada leía una entrevista, no me acuerdo dónde, a
Martín Kohan donde él decía, bueno, también un poco lo que pasa con la
literatura en este momento es que por buena, y también por malas razones, no
estamos sometidos a cierta tiranía de la teoría literaria. Estos ensayos están
escritos en una época, la mayoría de ellos –algunos de fines de los ’70, pero
seguro principios de los ’80- en la que todavía la teoría literaria, todo lo
que venía del estructuralismo, tenía un peso muy grande y no solamente en la
academia. No quiero decir a nivel general por supuesto, pero sí entre los escritores,
los ensayistas y demás, que era muy difícil sustraerse a lo que había dicho
Roland Barthes, Foucault, Levi Strauss, fue en su momento Sartre o
Merleau-Ponty; tenía, en ese otro sentido, una fuerza muy grande. Pero
esto ya no pasa, la cosa está mucho más dispersa ahora, existe la teoría pero
muy debilitada y mucho más dispersa y pluralizada o diseminada y eso que Martín
Kohan decía para la ficción, por ejemplo para la narrativa o la poesía, vale
también para el ensayo. Uno no está ya pendiente de lo último que dijeron los
franceses, a ver si uno no está diciendo un disparate. Con toda la libertad que
ese género tenía también algún oscuro, subterráneo condicionamiento de todo eso
existía, aunque uno trataba reactivamente de compartirlo, entonces uno decía no
me importa lo que dijo Bajtín y entonces citaba a Bajtín porque era inevitable.
Bueno, ahora hay un poco más de libertad.
APU: Siguiendo con este contexto, ¿cómo analizas que tus textos tienen que
ver mucho con los ’80 y con el alfonsinismo, la revalorización que se
está haciendo ahora de Alfonsín, incluso desde el Gobierno?
EG: Si
tengo que dar la versión corta, es un giro a la derecha, desde el punto de
vista político-cultural porque me parece que frente a los impases, los
inconvenientes, los problemas que han venido surgiendo últimamente se trata de
revalorizar, digo con ese efecto objetivo, no me meto con las intenciones de
cada uno, de revalorizar una democracia más bien jurídica, que realmente social
de contenido radical profundo. Quiero decir, es una manera desde el discurso de
ponerle corralito nuevo a una serie de cosas: a la movilización popular más
radicalizada. Y entonces decir: bueno, vamos a volver a una situación que me
parece medio utópica, porque pasaron treinta años, la situación es bien
diferente. Si bien se pueden encontrar semejanzas frente a los limites
económicos, financieros, todo eso, que también son muy diferentes, no estamos
por la vía de la hiperinflación o los golpes del mercado salvaje a Alfonsín, ni
muchísimo menos los carapintadas.
Un mundo de revistas
APU: Algo que también está conectado es la relación con las revistas,
muchos de los artículos parten de esa tradición y de la importancia de esos
espacios para difundir esos debates.
EG:
Claro, yo mencioné la revista Sitio pero hay artículos que se
publicaron en Confines o en otras revistas que ya no existen muchas de
ellas, entonces también es un cierto homenaje a esa proliferación, sobre todo
en los ’60 y ’70, y también en los ’80. Obviamente en el medio, con la
dictadura no, de revistas combativas, revistas que sentaban posición en la
esfera de la cultura. También se ha perdido un poco, ahora las revistas son un
poco menos querellantes, en el buen sentido digamos. Bueno, está todo esto de
los blogs… se lo estoy diciendo a alguien que da su pelea en esos espacios.
Pero también una tecnología supongo que termina imponiendo otras lógicas, otras
vías de circulación.
APU: Si se quiere hay algún tipo de recuperación, con revistas como Ideas de Izquierda, en la que participas, que también intenta recuperar eso.
EG:
Sí, claro. Hay muchísima gente que publica revistas; pero hay menos, me parece,
entrecruzamientos, menos polémica de revista a revista, como era en una época
que se sacaban revistas para… estaban Punto de Vista, entonces salió La
Vizca y después El Ojo Mocho… que tenía que ver con otras
situaciones de la mirada (risas).
APU: Otra de las partes que me interesaba que marcas es cómo pensás en el
ensayo el error, la falla.
EG:
Claro, esto es un chiste con la famosa cosa que dicen los científicos que la
investigación es ensayo y error permanentemente. Es este componente del riesgo;
si uno se decide a escribir ensayos en el sentido fuerte del término tiene que
estar siempre preparado para meter la pata hasta el caracú, para decirlo
coloquialmente. Y hay otro sentido que también creo recordar, yo señalo en
uno los textos, que es el de metafóricamente localizar el error en el
texto que uno está leyendo y sobre el cual le gustaría escribir. El error en el
sentido de aquellos detalles o cosas que parecen inadvertidas, que es lo que
excede en el texto de toda clasificación o puesta en interpretación más segura
o más certera, que finalmente es lo que hace interesante el texto, digamos.
Siempre, cuando yo digo esta cosa de Adorno que dice si una obra de arte vale
para un texto, si pudiera reducir a los conceptos con los que uno puede dar
cuenta de él, para qué quiero yo el texto si ya tengo los conceptos. Lo que
importa es lo que se escapa de todo eso y que parece lo marginal pero que sin
embargo hacen al espíritu o a la esencia central de un estilo o de una
textualidad interesante. En ese sentido va el error porque aparece como error,
también jugando a las palabras, en el sentido de una errancia, algo que se
escapa del camino prescripto.
APU: Y ahí le das mucha importancia al lector que escribe, es el lector el
que focaliza eso.
EG:
Sí, un lector que escribe me parece más interesante que un escritor que lee.
Son figuras ideales, por supuesto que todos somos una mezcla de todas esas
cosas, pero un lector que escribe es alguien que se deja ir en esos
pensamientos un poco erráticos, yo decía la cita de Roland Barthes. Como
decíamos, simplemente quiere expresar, dar cuenta de alguna manera, escribir si
fuera posible qué le pasó a él con su lectura. A él en el sentido ficcional, no
una subjetividad singular de Eduardo Gruner, de Juan, o de nadie, sino al que
está escribiendo.
Uno
siempre piensa a partir de identificaciones fuertes y hasta, a lo mejor, de
frases casuales que vaya a saber por qué razón, son materia del psicoanálisis,
que a uno le dispararon algo, como se dice. Yo siempre me acuerdo, uno de mis
grandes amigos y maestros vinculados a la revista Sitio fue Ramón
Alcalde, en alguna parte yo recuerdo que él alguna vez me dijo algo que me
mostró lo que es un verdadero intelectual. Porque él me dijo “mirá Eduardo, vos
sos alguien que no puede vivir sin escribir, yo en cambio soy alguien que no
puede vivir sin leer”. Ramón escribía extraordinariamente bien pero muy poco,
todos lo intentábamos convencer, incluso en la revista Sitio, donde
escribió varios textos maravillosos, de que escribiera, pero no podía escribir
sin leer. Sin dudas, es uno de los grandes ejemplos de esos intelectuales, de
esos ensayistas que escribía a partir de lo que leía, lo que le importaba era
lo que leía. Está esa famosa frase de Borges que siempre uno puede citar para
lo bueno y para lo malo, y que él decía: estoy más orgulloso de lo que he leído
que de lo que he escrito.
jueves, 14 de noviembre de 2013
El español: "unidad en la diversidad"
Nuestra lengua y la complicidad entre hermanos
Mario Vargas Llosa.
Graciela Melgarejo
/ Editorialista del diario La Nación*
Fernando Vallejos: "La palabra
«americanismo» debe desaparecer
porque nosotros somos el idioma…”
Es lo que ocurre entre los más de 500 millones de hispanohablantes -528, según las últimas precisiones de don Víctor García de la Concha, director ahora del Instituto Cervantes- y es lo que, de distintas maneras, quedó demostrado en el VI Congreso Internacional de la Lengua (CILE), en Panamá. Aunque no hayan pasado más de quince días de su realización, algunas conclusiones se imponen. Los primeros en sacarlas, los escritores, y está muy bien, porque nunca es bueno que un escritor se calle.
Las ponencias más comentadas fueron la de Mario Vargas Llosa y la de Sergio Ramírez, porque ejemplificaron cómo interpretar el tesoro de la lengua española desde muy distintos puntos de vista. José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, le expresó al periodista Guido Carelli Lynch que "los congresos de la lengua nunca son importantes desde el punto de vista científico; el CILE reúne gente vinculada al idioma, instituciones, editoriales y como elemento para poner la lengua en el tapete sirve". Y sirvió.
Es lógico entonces que haya observaciones muy transgresoras, pero bastante atinadas; por ejemplo, el escritor, periodista y diplomático Albino Gómez escribió a Línea directa un correo electrónico sobre los últimos comentarios del escritor colombiano Fernando Vallejo a propósito del idioma compartido. "Vallejo dice que las diferencias entre el español de América y el de España aumentan cada día: «En general, son diferencias de vocabulario y pronunciación. Como nosotros somos 21 países y ellos uno solo, diré que el español es el hispanoamericano y no el peninsular. España es una provincia anómala del idioma, de la que podemos olvidarnos, a ver si consumamos así nuestra independencia de ellos, que nunca ha sido completa»".
Y remata Vallejo, según el mail de Gómez: "La palabra «americanismo» debe desaparecer porque nosotros somos el idioma. La que tenemos que introducir entonces es «españolismo» para designar lo que es propio de España, o sea, lo anómalo".
Un precioso razonamiento, muy "vallejiano", con el cual, por supuesto, no hay que estar de acuerdo totalmente, porque ¿quién puede erigirse en dueño absoluto de nada, y menos de la construcción de un idioma, que es una tarea colectiva y, la más de las veces, inconsciente? Los académicos de la lengua, por ejemplo, no serán nunca elegidos por la decisión democrática de los millones de hispanohablantes y no por eso dejan de contribuir grandemente a la "unidad en la diversidad". Basta ver (y leer y entender) la versión beta del sitio de la RAE ( www.rae.es ) para darse cuenta de dos cosas: del inmenso trabajo realizado y de que la Gramática y la Ortografía están, ahora, más que nunca a la mano de cualquier hablante que tenga acceso a Internet y ganas de consultar sus dudas. No es menudo logro, hermanos.
* Esta nota fue publicada en La Nación, Buenos Aires (3.11.13).
Sergio Ramírez.

sábado, 1 de junio de 2013
Cortázar y la Maga aún se buscan por las calles de París
Para los miles de argentinos que pasan por la ciudad, Rayuela, que pasado mañana cumplirá 50 años, sigue siendo una referencia ineludible
PARÍS.- A veces, cuando mira por su ventana, María Marta Ibáñez piensa: "Es la misma vista que tenía Cortázar...".
Al igual que el escritor a principios de los años
cincuenta, la rosarina, doctora en biología, desembarcó hace diez meses
en la Casa Argentina, en la ciudad universitaria de París. Acompaña a su
novio, que tiene un contrato de trabajo por dos años. Alquilan un
cuarto.En la casa conoció a algunos residentes que comparten su gusto por Cortázar. Todos decidieron al llegar releer Rayuela . Encontrar aquellas calles evocadas y por las que ahora todos ellos también transitan a diario. Pasear por el Pont des Arts e imaginar a Horacio y a la Maga. "El Pont des Arts es Rayuela ", dice María Marta. Como el parque Montsouris (frente a la ciudad universitaria), la Rue des Lombards (que reúne los clubes de jazz), los jardines de Luxemburgo, el Barrio Latino, los bares Boul'Mich y Old Navy, el Quai de Jemmapes (que bordea el canal Saint-Martin), o las boutiques que venden peces, animales y plantas frente al Sena sobre el Quai de la Mégisserie.
Por todos esos lugares pasó María Marta. Y sacó fotos. Más de cien. Llevó la cámara en la mochila durante varias semanas. La rosarina pasea por la ciudad pensando en Rayuela . Dice que desde que vive en París entiende mejor algunos fragmentos de la obra, sobre todo las partes en francés. "Antes, algo me estaba perdiendo", admite.
Hoy convertido en un clásico de la literatura mundial del siglo XX, Rayuela , una novela revolucionaria por su estructura, que permite numerosas formas de lectura, cumplirá pasado mañana medio siglo. Julio Cortázar tenía casi 50 años cuando el libro se editó por primera vez, el 3 de junio de 1963.
En alguna entrevista el autor confesó que de no haber escrito esta historia, se hubiera probablemente arrojado a las aguas del Sena. Rayuela fue para Cortázar una búsqueda personal. Similar a la de muchos que pasan por París. Para algunos, es la historia idealista de un París del pasado, del jazz. De un París que ya no está. Para otros, releer la obra estando aquí permite nuevos paralelismos.
Homenajes
Incluso, y como parte de los homenajes en la capital francesa, donde entre otras actividades se destaca una exposición dedicada a Rayuela , el instituto Cervantes de París acaba de publicar una Ruta Cervantes de Cortázar. Y el año que viene planea lanzar una segunda ruta dedicada al París de Cortázar.Laura Gentilezza llegó a París hace un año y medio. Vino a hacer un doctorado en literatura argentina. En Buenos Aires trabajó durante algunos años como profesora de secundaria. Les leía Rayuela a sus alumnos. Estando acá volvió a leer algunos fragmentos. Como uno del capítulo dos que evoca la incomprensión de las situaciones cuando no se conoce bien la lengua, cuando el idioma todavía no ha dejado de ser un ruido. "Si hay que saludar a la empleada, si hay que sonreír, si en ese momento algo va a pasar", enumera Laura. A su llegada lo vivió en carne propia.
Laura dice que siempre que está caminando por la calle piensa en Rayuela . A veces va a propósito hasta algún lugar, como el Pont des Arts, para "pasear y acordarse de la historia, porque ahí empieza todo". Otras veces, es la historia la que la sorprende, como aquella vez cuando pasó de casualidad por la Rue du Cherche Midi y se acordó de que Cortázar la nombraba.
"Me imagino que su vida fue parecida a la que nosotros vivimos aquí. Quienes piensan que Rayuela es una novela surrealista es porque no conocen la Casa Argentina: es París pero no es, porque está lleno de argentinos", bromea Laura ante LA NACION.
María Marta, la bióloga, todavía no sabe qué pasará con todas las fotos que sacó. El proyecto es que sean parte de una exposición, pero no hay nada confirmado.
Mientras, en la Casa Argentina todos toman mate y discuten de política. Por suerte para ellos, a diferencia de los años parisinos de Cortázar, el kilo de yerba ya no cuesta 500 francos (76 euros) y no se vende sólo en una droguería de la estación Saint-Lazare..
El que no sabe es como el que no ve
Si una parte significativa del conocimiento humano está ahora en línea, ¿por qué hace falta memorizar nada?
Me han planteado esto muchas veces en charlas de
amigos, clases y conferencias, con el consiguiente debate. Creo que hay
algo de verdad en el asunto. Hace casi una década dije, en una
entrevista que me hizo el portal Educ.ar, que hoy es mucho más
importante saber preguntar que memorizar, y sigo pensando que no tiene
sentido premiar al que se estudia las cosas de memoria y aplazar al que
captó los conceptos, pero no pudo retener la fórmula. (Fórmula, dicho
sea de paso, que el primero olvidará en 24 horas y que el segundo podrá
fácilmente deducir cuando lo necesite. O ubicarla en Wikipedia.)Pero todo esto no quiere decir que un cabeza hueca esté mejor preparado para el mundo interconectado. Es más bien al revés, en mi opinión. ¿Por qué? Porque la mente humana es casi seguramente más compleja que una serie de frascos de vidrio en una alacena. Es decir: memorizar no es lo que parece, y no me asombraría ni un poco que contar con más información -sí, de memoria- nos ayude a formular mejores preguntas, a razonar, a pensar en general.
Lo pondré en estos términos: si bien es cierto que los modelos educativos que premian el memorizar versus el comprender son opuestos, esto no quiere decir que estas funciones mentales estén trazadas tan candorosamente.
Para salir de dudas, hablé por teléfono con Rodrigo Quian Quiroga, el científico argentino que en 2005 descubrió la existencia de las neuronas de concepto, un hallazgo que vino a echar luz sobre el escurridizo mecanismo que emplea el cerebro para memorizar.
Rodrigo publicó en 2011 su genial Borges y la memoria , que presentó junto a María Kodama y Nora Bär en la Feria del Libro de ese año, y en el que, precisamente, se sumerge en el misterio de cómo recordamos.
Sin demasiado sonrojo le pregunté a Rodrigo cómo funciona la memoria. Que es algo así como preguntar qué es la realidad. Desde su oficina en la Universidad de Leicester, donde es profesor y director del centro de neurociencias, me dijo, con paciencia admirable: "Hay realmente muchos principios involucrados en la memoria. Uno es el de la abstracción. El cerebro guarda conceptos, generaliza, tiende a olvidar los detalles. La memoria es, además, un proceso creativo. Cuando recordás no pasás una película guardada en tu cerebro, sino que reconstruís esa película. Además, la memoria está también muy relacionada con la percepción. Percibimos quizás unos pocos centímetros cuadrados de la realidad, y el cerebro se ocupa de rellenar el resto, de reconstruirlo, y lo hace sobre la base de lo que recuerda".
¿Memorizar implica destilar conceptos y olvidar detalles? ¿Recordar es un proceso de recreación y no de dócil reproducción? ¿Percepción y memoria son, si no hermanas, al menos socias? Como me lo temía, memorizar no se parece en nada a lo que creemos que es memorizar. Quizá sea hora de volver a Proust, ahora que lo pienso; también para las neurociencias recordar es un acto de creación. Por este motivo aprender de memoria es perder el tiempo, no porque saber cosas sea inútil. Subiré la apuesta: memorizar como loros es malo justamente porque intenta usarse el cerebro para una función que no le es propia.
Estaba tentado de citar aquí a Plutarco, cuando escribe, "la correcta analogía para la mente no es la de una vasija que debe llenarse, sino la de un madero que debe encenderse". Aparece casi siempre parafraseada como: "El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender". Y suena de lo más bien, pero el contexto es muy diferente de aquél en el que suele mencionarse, aunque no menos revelador. Los interesados pueden revisar un análisis en este foro: www.realspellers.org/forums/orthography/291-plutarch-had-it-2-millennia-ago
Dato, información, conocimiento
El usar la mente de formas contrarias a su naturaleza no es tan malo como parece; digo, somos capaces de memorizar las tablas y poemas y fórmulas, al menos durante un período. Pero hacerlo supone un esfuerzo adicional al de recordar la cara de tu madre o si te gustan más las cerezas que las peras. Este esfuerzo conlleva algún grado de sufrimiento. No es que nos vayamos a herniar por aprender en qué año fue la Batalla de Waterloo, pero tal vez por esto la memoria tiene tan mala prensa.Es peor, me parece. Además de que se subestima su funcionamiento, creemos que no sirve más que para fabricar eruditos. "Es raro -me dice Rodrigo-, entre los griegos clásicos, por ejemplo, tener buena memoria era una gran virtud. Ahora es al revés." Y cuando este hombre habla de buena memoria no se refiere a Funes ni a personas con síndrome de savant. "Un componente fundamental del pensamiento es el de hacer asociaciones entre memorias -añade Quian Quiroga-. No se trata sólo de memorizar, sino de entender."
Hablando de estas cosas, el miércoles, en un almuerzo, Norberto Lerendegui, director de la escuela de ingeniería y tecnología del ITBA y actual director para América latina del IEEE , comentó: "Internet está llena de datos, pero se suele confundir dato con conocimiento. Por ejemplo, decir La temperatura es de 25º C es un dato. Si en cambio decís La temperatura es de 25º C , está templado, es información. Información es un dato dirigido, un dato que tiene intención. Conocimiento es algo más profundo, es interrelación. Conocimiento hay cuando se dice Si la temperatura es de 25º C no hay que ponerse pulóver . Para poder generar conocimiento hay que interrelacionar los datos, y eso requiere usar nuestras neuronas, nuestro cerebro".
Ni más ni menos. Advertimos tres hechos cuando aprendemos cosas: nos damos cuenta de cuánto todavía no sabemos; esto nos despierta más curiosidad, y por último notamos que nos cuesta cada vez menos retener más información, lo que nos lleva de nuevo al punto uno, y así. Es el círculo virtuoso del aprendizaje, y el Sólo sé que no sé nada socrático se refiere a esto, no a que si no sabés nada de nada entonces sos un groso como Sócrates.
Por cierto -y antes de que quede la impresión de que a la memoria es menos confiable que un carterista y que recordar es lo mismo que hacer dibujitos al azar en un papel-, también somos capaces de almacenar datos duros, detalles; muchas veces -como me explica Rodrigo- relacionándolos entre sí, y esta destreza elemental, basada en una función infinitamente más rica -sí, sí, la memoria-, se ejercita.
Le pregunto a Rodrigo si se entrena la memoria. "Al estudiar la entrenás", me responde sin dudarlo. Pero no somos máquinas, insiste Rodrigo, mientras hablamos, y lo repite también en su libro.
Saber es maravillarse
He aquí la cuestión. La memoria humana no está diseñada como un pendrive. No le pidamos eso. O, al menos, no le pidamos sólo eso. Está para más. En serio, está para más. Y ese más también es memoria, la más humana de las memorias, la que tiene por combustible la curiosidad, la del hambre de saber que se despierta por el interés, y que, supongo, se inicia el día en que, tempranamente, una explicación nos maravilla y entonces esos datos se fijan de tal modo que, aunque no es su misión principal, podemos citar más tarde una parva así de alta de fechas y nombres. De memoria. Pero no la vamos de eruditos; todos esos datos son un subproducto de nuestro interés por algo.Gran parte del sufrimiento que se asocia (injustamente) con el memorizar tiene que ver con que nos obligan a incorporar datos por medio de la repetición mecánica e inexplicada. Los recuerdos no se graban. Los recuerdos se inspiran.
Doblemente injusta es la mala fama de la memoria, porque hay incluso un placer asociado al recordar. Hay, tristemente, también, pesar, pero un pesar que nos define. Porque, ¿no somos, acaso, en parte, nuestras memorias y, todavía más, no es la manera en que nos recordamos uno de los mecanismos que tiene nuestra conciencia para mantenerse íntegra?
Volviendo a la utilidad de la memoria, no enseñamos a preguntar, sino a almacenar datos. Eso es poco eficiente en general, y en estos tiempos más aún, porque (casi) toda la información está en Internet. Sí, pero lo que vengo a descubrir, luego de hablar con Quian Quiroga, es que nuestra memoria e Internet no tienen nada en común. Pienso que se complementan y que por eso la Red le sirve más al que más sabe, no al revés. La pregunta disruptiva, creativa, la que cambia el mundo, no se basa en la más supina ignorancia, sino en el conocimiento. Las otras no son preguntas. Son meras consultas..
lunes, 19 de noviembre de 2012
El impacto de las TIC
Una Comunidad Virtual para investigar el impacto de las TIC.
El Proyecto MISTICA fue una iniciativa de Funredes que convocó a unas 350 personas, activistas y miembros del sector académico para discutir y realizar documentos colectivos -algunos muy vinculados a la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)- enfocados al "impacto social de las TIC" en Latinoamérica.
MISTICA funcionó desde el 20 de febrero de 1999 hasta el 7 de marzo del 2003 y, aunque el proyecto está terminado, su sitio web queda abierto para consultas: http://funredes.org/mistica.
Es interesante visitarlo no solo para conocer sus producciones sino también para informarse sobre cómo funciona una comunidad virtual, cuáles son sus principios, reglas de funcionamiento y prácticas de trabajo colaborativo.
El Proyecto MISTICA fue una iniciativa de Funredes que convocó a unas 350 personas, activistas y miembros del sector académico para discutir y realizar documentos colectivos -algunos muy vinculados a la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)- enfocados al "impacto social de las TIC" en Latinoamérica.
MISTICA funcionó desde el 20 de febrero de 1999 hasta el 7 de marzo del 2003 y, aunque el proyecto está terminado, su sitio web queda abierto para consultas: http://funredes.org/mistica.
Es interesante visitarlo no solo para conocer sus producciones sino también para informarse sobre cómo funciona una comunidad virtual, cuáles son sus principios, reglas de funcionamiento y prácticas de trabajo colaborativo.
Las TIC: ¿información = conocimiento?
Los medios de comunicación, el telefóno móvil e Internet nos brindan la posibilidad de recibir muchísima información. Vemos, leemos y escuchamos datos, noticias, imágenes y voces que llegan de diversos lugares del mundo... pero ¿esto implica que aprendemos más cosas que antes?, ¿cómo se relaciona la cantidad de información con el aprendizaje?
“Información no es conocimiento” –dice Giovanni Sartori (2005), echando luz sobre uno de los equívocos más comunes inducidos por el discurso promocional de los nuevos medios tecnológicos: el de creer que la abundancia de información es, de por sí, sinónimo de conocimiento, estableciendo una relación causal, casi directa, entre el uso de las TIC que dan acceso a una masa de información que crece a ritmo exponencial y el acceso al conocimiento y, por ende, a la educación y al desarrollo.
Si acordamos en que el conocimiento es un complejo proceso humano de selección, procesamiento, discernimiento, intuición y análisis sobre la base de experiencia acumulada, se vuelve evidente que acceder a la información es, apenas, uno de los pasos necesarios para arribar al conocimiento.
Para que la información se transforme en conocimiento se debe disponer de ella en el momento y formato adecuados a una determinada necesidad y contexto, además de tener las condiciones favorables para utilizarla. Estas condiciones abarcan una amplia gama de factores socio-culturales, económicos, políticos, etc.
Las TIC juegan un rol fundamental en este sentido ya que se constituyen en un espacio privilegiado para poner en contacto diversos tipos de conocimiento, pero tomar contacto con la información no significa que
las personas se apropien de conocimientos.
Este texto forma parte del artículo de:
PEROSI, María Verónica (2012). “Módulo optativo: Preparando la salida” en Estrategias tutoriales en entornos virtuales. 2° ed. Dentro del Programa Virtual de Formación Docente del Centro de Innovación en Tecnología y Pedagogía de la Secretaría de Asuntos Académicos del Rectorado de la Universidad de Buenos Aires.
“Información no es conocimiento” –dice Giovanni Sartori (2005), echando luz sobre uno de los equívocos más comunes inducidos por el discurso promocional de los nuevos medios tecnológicos: el de creer que la abundancia de información es, de por sí, sinónimo de conocimiento, estableciendo una relación causal, casi directa, entre el uso de las TIC que dan acceso a una masa de información que crece a ritmo exponencial y el acceso al conocimiento y, por ende, a la educación y al desarrollo.
Si acordamos en que el conocimiento es un complejo proceso humano de selección, procesamiento, discernimiento, intuición y análisis sobre la base de experiencia acumulada, se vuelve evidente que acceder a la información es, apenas, uno de los pasos necesarios para arribar al conocimiento.
Para que la información se transforme en conocimiento se debe disponer de ella en el momento y formato adecuados a una determinada necesidad y contexto, además de tener las condiciones favorables para utilizarla. Estas condiciones abarcan una amplia gama de factores socio-culturales, económicos, políticos, etc.
Las TIC juegan un rol fundamental en este sentido ya que se constituyen en un espacio privilegiado para poner en contacto diversos tipos de conocimiento, pero tomar contacto con la información no significa que
las personas se apropien de conocimientos.
Este texto forma parte del artículo de:
PEROSI, María Verónica (2012). “Módulo optativo: Preparando la salida” en Estrategias tutoriales en entornos virtuales. 2° ed. Dentro del Programa Virtual de Formación Docente del Centro de Innovación en Tecnología y Pedagogía de la Secretaría de Asuntos Académicos del Rectorado de la Universidad de Buenos Aires.
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