jueves, 10 de abril de 2014
Abelardo Castillo y los adjetivos
"Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: Era una montaña titánica, enorme, alta. Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos."
Abelardo Castillo dixit.
domingo, 30 de marzo de 2014
El ensayo: un género culpable - Eduardo Grüner
“El riesgo creativo del género
ensayístico, en la universidad, se ha vuelto prácticamente imposible”
Entrevista
con Eduardo Grüner, sociólogo, ensayista y crítico cultural doctorado en la
UBA; a partir de la reedición de su libro Un género Culpable. La práctica
del ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones (Ediciones Godot).
Se presenta el próximo viernes en el Museo del Libro.
Por Juan Ciucci
APU: ¿Cómo lo encuentra la reedición del libro, qué le pasa con eso?
Eduardo
Grüner: Es raro, siempre, reeditar un libro, que en este caso tiene casi veinte
años. Fue el primer libro que publiqué en formato libro digamos, ya que había
publicado un montón de ensayos en publicaciones y revistas antes. En su
momento, ante un ofrecimiento de la editorial Homo Sapiens de Rosario,
junté una selección de esos artículos que, en aquel momento, la mayoría venían
de la revista Sitio que hacíamos con Luis Guzmán, Ramón Alcalde, y
Mario Levin, entre otros. Un género culpable se publicó, tuvo su
circulación y de pronto desapareció; quiero decir se agotó la primera edición y
era una época de transición en la cual todavía no existía la costumbre de
trabajar sistemáticamente con la computadora, estamos hablando de principios de
los noventa.
Yo sí
lo había hecho, bueno no yo; la editorial había tipeado todo pero se perdió el
diskette, se perdió el disco duro, no sé… además era una época en que yo
trabajaba con Mac y era dificilísimo convertir, bueno, todos esos problemas. La
cuestión es que el libro hace muchísimo que está como inhallable, casi
dieciocho de esos veinte años. Y pasó una cosa rara que es que a través de
todos estos años muchos amigos, conocidos, colegas, incluso estudiantes, me
venían insistiendo, habían escuchado o habían visto citas y se había
transformado en una especie de pequeño mito circulante que mucha gente citaba
sin haberlo leído, cosas así. Me empezaron a insistir y finalmente apareció,
y aprovecho para darle un gran agradecimiento a Sebastián Russo, colaborador
mío en la Cátedra de Filosofía y Letras que insistió e hizo un poco el puente
con la gente de Editorial Godot. Entonces aparecieron los de Godot –yo los
cargo un poco porque traicionando su nombre: llegaron sin que yo los esperara-,
y aprovecho para agradecer a la editorial.
El
libro no está corregido pero sí un poco aumentado, porque le agregué al menos
media docena de ensayos; en un par de casos, que habían quedado afuera la
primera selección para que no se alargara tanto. Y cuatro o cinco más que son
posteriores, pero que yo juzgué que estaban más o menos en la línea. Te decía
que es una cosa rara porque veinte años es un montón de tiempo y siempre existe
el temor de que algunos de esos ensayos puedan estar fechados en el sentido de
cuáles eran los debates, las preguntas, las peleas incluso, en que uno estaba.
Sobre todo en la época, porque veinte años son del libro, pero algunos de esos
ensayos tienen más de treinta, principios de la década del ’80 y cambiaron
mucho las cosas. Sin embargo, leyendo para hacer la nueva selección, juzgué que
sí, en su momento, yo los había escrito y los había publicado, seguramente era
porque pensaba que, incluso podría decirse que algunas de las cosas que yo
decía entonces ahora no sé si estoy de acuerdo, pero digo: se recurre al viejo
truco de fecharlo y que el lector sea el que juzgue. Los últimos que incorporé,
sí, son cosas que yo defendería. Las ideas básicas, e incluso los sentimientos
básicos, con los que yo escribí esos ensayos, los puedo defender hoy con cierta
consistencia.
APU: Es un libro de ensayos que pone en el centro del debate el lugar del
ensayo.
EG:
Sí, sobre todo esos primeros ensayos eran ya en ese entonces, y cuando digo “ya
en ese entonces” quiero decir que este eje que voy a mencionar que,
paradójicamente, ahora está mucho más presente que en esa época; era la defensa
de la forma ensayística como un modo de producción –si puedo hacer esa
paráfrasis- de pensamiento crítico, de conocimiento crítico. Que salta por
encima de las barreras disciplinarias, de los corralitos –no existía el término
corralito en ese entonces-, de la burocracia universitaria que se han vuelto
mucho más oprimentes, más cerrados y más disciplinarios en el mal sentido del
término, de lo que eran en el ´81, ´83, ´85, cuando los primeros de esos
ensayos se escribieron. Del ’81 no hablemos porque era la Dictadura, pero
quiero decir: hoy es mucho más difícil, en esa época todavía se podía realizar
este trabajo intersticial a caballo de la enseñanza universitaria, de la
academia, o como se quiera llamar, y la asociación libre del escritor que
escribe sus ensayos sin necesidad de tener a ningún método científico
prescripto. En esa época se podía hacer eso pero ya se venían venir los
primeros síntomas de un cambio importante que ha alcanzado ya, hoy en día, esta
situación prácticamente con la lógica de los papers, del reciclado permanente
en las revistas indexadas, los méritos en puntajes para el UBACyT o CONICET, o
lo que sea. El riesgo creativo que supone el género ensayístico como tal, la
estructura misma, la gramática, la lógica misma de ese género, dentro de la
universidad, se ha vuelto prácticamente imposible. Entonces, en ese sentido, sí
me pareció muy bien re-editar esa pelea que en el contexto actual, te digo,
creo que está más vigente que en ese entonces.
APU: Me interesaba el planteo del ensayo como el espacio de las lecturas
propias volcadas en la realidad. También en contraposición con la academia: no
lecturas para apropiarse y que queden en un lugar, sino lecturas que se
vuelquen a lo social.
EG: Es
curiosa la referencia que haces a las lecturas. Hay, en algunos de los ensayos,
no me acuerdo en cual, yo recuerdo algo que leí alguna vez, creo que en Roland
Barthes, cuando él dice que si mientras uno está leyendo algo que le interesa
mucho levanta la vista y se deja ir en una serie de asociaciones sobre eso que
está leyendo, y después escribe eso que estuvo pensando medio distraídamente,
eso es un ensayo. Entonces, sí, como vos decís, se trata de lecturas, de dar
cuenta de lo que le pasa a uno con esas lecturas, no de acertar con la
interpretación correcta, sería preferible si uno hace eso también, no estar
condicionado superyoicamente por acertar con la interpretación correcta o
con decir algo tremendamente original. Sino simplemente con este dar cuenta no
solo del texto o de los textos, o de las lecturas que a uno le interesaron,
sino de lo que uno es capaz de hacer con ellos más bien. Por supuesto, sin desprenderse
de esas lecturas, porque es imposible. Qué es capaz de producir uno, para
decirlo con esa metáfora económica, con esa materia prima. Eso implica tomar
esos riesgos de los que hablábamos, pero sobre todo un enorme placer, o debería
notarse en un ensayo por más que el estilo sea farragoso o, a veces, difícil,
debería notarse el placer que le dio a uno escribirlo. Yo no soy uno de esos
escritores que sufre, viste que está esa especie de mito que hay de la condena
de la página en blanco, nunca lo entendí; si vos estas delante de una página en
blanco y no podes llenarla de palabras, será que no tenías que decir en ese
momento, por qué eso va a ser un problema, el mundo no está esperando lo que
uno le quiera decir, es al revés, uno tiene que proponérselo.
APU: En esa lógica de la academia, así debe ser cuando hay que entregar
obligadamente.
EG:
Claro, esa es la gran diferencia. En la academia tenes fecha fija, cuando tenes
que entregar el informe UBACyT o el texto que te pidieron para la revista
indexada; la mayoría de las veces, por supuesto, yo pido prórroga o renuncio
porque nunca llego. Acá no, acá publicás, si es que publicas, cuando decís,
como decía Borges, para no seguir corrigiendo, decía él: uno publica para no
seguir corrigiendo. Cuando sentís que dijiste lo que tenías que decir, llamas
al editor y decís: bueno, tengo esto, te interesa, no te interesa, o te llama
el editor a vos… no hace falta estar en ese condicionamiento persecutorio de la
entrega.
APU: Al hablar de la decadencia del ensayo allá por el ’85, decís que falta
la convicción y la pasión para escribir. Sacando de lado a toda esta parte más
académica, ¿encontrás que después del 2001, si se quiere, ha reaparecido un
ensayo distinto?
EG:
Bueno, sí. En ese momento, la pelea era con el alfonsinismo, si hubiera que
ponerle una etiqueta, podemos discutir ahora qué significa el alfonsinismo.
Quiero decir que había como un renovado espíritu progre, institucionalista,
democratista, comprensible en muchos sentidos frente a lo que había sucedido y
al entusiasmo con la recuperación, al menos formal, de la democracia, pero que
fue bastante perjudicial para la creación libre en el sentido de un género como
el ensayo. Eso, después, con el menemismo… por supuesto hay que ser cuidadoso
con lo que uno dice en estos casos para que se entienda bien y no se
(malinterprete). Una vez Sartre, para escandalizar, provocativo como era, dijo:
nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana; en el sentido –quería
decir él- de que no había que rendirle cuentas a nadie, sobre todo no había que
rendirle cuentas a los amigos, sino que lo que se podía o no podía decir en ese
momento era realmente la verdad llevada a sus últimas consecuencias, en un
sentido de lo que uno creyera que fuera la verdad. Con el menemismo, sin por
supuesto cometer el disparate de compararlo con la ocupación alemana nazi,
sucedió algo parecido: había una paradójica y engañosa libertad que tenía que
ver con que bastaba con estar en contra del menemismo para que, más o menos, a
uno se le perdonara casi todo y no tuviera que especificar ni entrar en grandes
o detalladas honduras sobre una posición política, teórica, estética, o lo que
fuera.
Eso se
terminaba en el 2001, donde el estallido fue tan grande, no porque no se
estuviera preparando desde antes, yo no soy de los que piensan –vos lo sabes,
ya hemos discutido esto- que la política volvió en el 2003, ni siquiera en el
2001. Por supuesto que se hizo política, yo escribí muchísimas cosas, hice
revistas, estuve en mesas redondas, fui uno de tantos, pero claro que era en
otras condiciones. A partir del 2001, se re-editó, no cabe ninguna duda, esta
pasión, a veces mal orientada, mal entendida, según mi criterio, pero no
importa, hubo una especie de resurgimiento de esta pasión que se expresó
también a veces para bien, otras veces para mal, pero como síntoma bien
interesante en la aparición de lo que había desaparecido, lo que era una
tradición argentina de la libertad, que eran los agrupamientos de
intelectuales, en términos generales. Carta Abierta, la Asamblea del Frente de
Izquierda, Plataforma, etc, que desde distintas posiciones volvían a lo que
había sido una gran tradición, como lo es la gran tradición del ensayo; la
tradición argentina a partir de Sarmiento, también con las muy diferentes tradiciones
o corrientes, la gran tradición de un ensayo combativo, un ensayo político en
el sentido fuerte de sentar posiciones frente a todo, más allá de que se
hablara específicamente de la política en el sentido estrecho o no.
También
una política literaria, una política estética, una política del lenguaje, de la
palabra, de la letra, eso yo creo que fue algo estimulante que pasó en todo
este último período. También eso es una razón, temo que con todo este despelote
que estamos viviendo haya un cierto apagamiento de eso, o desconcierto o
desorientación, vaya a saber. Digo: hablo también de mí, no es que se lo
atribuyo a los demás. Bueno, esto también es una buena razón para re-editar
este libro; con la modestia del caso, editar esa pequeña peleíta también.
APU: También sería un momento en el cual se intenta desde el texto dar
cuenta del momento, y que esos textos tienen una relación muy directa con el
pasado, con la creación de palabras incluso como el caso de Carta Abierta y el
famoso concepto destituyente...
E.G:
Sí, pareciera que hay una necesidad, a veces bien usada y a veces abusada, como
pasa siempre de cierta refundación del lenguaje político, del lenguaje
literario también. La vez pasada leía una entrevista, no me acuerdo dónde, a
Martín Kohan donde él decía, bueno, también un poco lo que pasa con la
literatura en este momento es que por buena, y también por malas razones, no
estamos sometidos a cierta tiranía de la teoría literaria. Estos ensayos están
escritos en una época, la mayoría de ellos –algunos de fines de los ’70, pero
seguro principios de los ’80- en la que todavía la teoría literaria, todo lo
que venía del estructuralismo, tenía un peso muy grande y no solamente en la
academia. No quiero decir a nivel general por supuesto, pero sí entre los escritores,
los ensayistas y demás, que era muy difícil sustraerse a lo que había dicho
Roland Barthes, Foucault, Levi Strauss, fue en su momento Sartre o
Merleau-Ponty; tenía, en ese otro sentido, una fuerza muy grande. Pero
esto ya no pasa, la cosa está mucho más dispersa ahora, existe la teoría pero
muy debilitada y mucho más dispersa y pluralizada o diseminada y eso que Martín
Kohan decía para la ficción, por ejemplo para la narrativa o la poesía, vale
también para el ensayo. Uno no está ya pendiente de lo último que dijeron los
franceses, a ver si uno no está diciendo un disparate. Con toda la libertad que
ese género tenía también algún oscuro, subterráneo condicionamiento de todo eso
existía, aunque uno trataba reactivamente de compartirlo, entonces uno decía no
me importa lo que dijo Bajtín y entonces citaba a Bajtín porque era inevitable.
Bueno, ahora hay un poco más de libertad.
APU: Siguiendo con este contexto, ¿cómo analizas que tus textos tienen que
ver mucho con los ’80 y con el alfonsinismo, la revalorización que se
está haciendo ahora de Alfonsín, incluso desde el Gobierno?
EG: Si
tengo que dar la versión corta, es un giro a la derecha, desde el punto de
vista político-cultural porque me parece que frente a los impases, los
inconvenientes, los problemas que han venido surgiendo últimamente se trata de
revalorizar, digo con ese efecto objetivo, no me meto con las intenciones de
cada uno, de revalorizar una democracia más bien jurídica, que realmente social
de contenido radical profundo. Quiero decir, es una manera desde el discurso de
ponerle corralito nuevo a una serie de cosas: a la movilización popular más
radicalizada. Y entonces decir: bueno, vamos a volver a una situación que me
parece medio utópica, porque pasaron treinta años, la situación es bien
diferente. Si bien se pueden encontrar semejanzas frente a los limites
económicos, financieros, todo eso, que también son muy diferentes, no estamos
por la vía de la hiperinflación o los golpes del mercado salvaje a Alfonsín, ni
muchísimo menos los carapintadas.
Un mundo de revistas
APU: Algo que también está conectado es la relación con las revistas,
muchos de los artículos parten de esa tradición y de la importancia de esos
espacios para difundir esos debates.
EG:
Claro, yo mencioné la revista Sitio pero hay artículos que se
publicaron en Confines o en otras revistas que ya no existen muchas de
ellas, entonces también es un cierto homenaje a esa proliferación, sobre todo
en los ’60 y ’70, y también en los ’80. Obviamente en el medio, con la
dictadura no, de revistas combativas, revistas que sentaban posición en la
esfera de la cultura. También se ha perdido un poco, ahora las revistas son un
poco menos querellantes, en el buen sentido digamos. Bueno, está todo esto de
los blogs… se lo estoy diciendo a alguien que da su pelea en esos espacios.
Pero también una tecnología supongo que termina imponiendo otras lógicas, otras
vías de circulación.
APU: Si se quiere hay algún tipo de recuperación, con revistas como Ideas de Izquierda, en la que participas, que también intenta recuperar eso.
EG:
Sí, claro. Hay muchísima gente que publica revistas; pero hay menos, me parece,
entrecruzamientos, menos polémica de revista a revista, como era en una época
que se sacaban revistas para… estaban Punto de Vista, entonces salió La
Vizca y después El Ojo Mocho… que tenía que ver con otras
situaciones de la mirada (risas).
APU: Otra de las partes que me interesaba que marcas es cómo pensás en el
ensayo el error, la falla.
EG:
Claro, esto es un chiste con la famosa cosa que dicen los científicos que la
investigación es ensayo y error permanentemente. Es este componente del riesgo;
si uno se decide a escribir ensayos en el sentido fuerte del término tiene que
estar siempre preparado para meter la pata hasta el caracú, para decirlo
coloquialmente. Y hay otro sentido que también creo recordar, yo señalo en
uno los textos, que es el de metafóricamente localizar el error en el
texto que uno está leyendo y sobre el cual le gustaría escribir. El error en el
sentido de aquellos detalles o cosas que parecen inadvertidas, que es lo que
excede en el texto de toda clasificación o puesta en interpretación más segura
o más certera, que finalmente es lo que hace interesante el texto, digamos.
Siempre, cuando yo digo esta cosa de Adorno que dice si una obra de arte vale
para un texto, si pudiera reducir a los conceptos con los que uno puede dar
cuenta de él, para qué quiero yo el texto si ya tengo los conceptos. Lo que
importa es lo que se escapa de todo eso y que parece lo marginal pero que sin
embargo hacen al espíritu o a la esencia central de un estilo o de una
textualidad interesante. En ese sentido va el error porque aparece como error,
también jugando a las palabras, en el sentido de una errancia, algo que se
escapa del camino prescripto.
APU: Y ahí le das mucha importancia al lector que escribe, es el lector el
que focaliza eso.
EG:
Sí, un lector que escribe me parece más interesante que un escritor que lee.
Son figuras ideales, por supuesto que todos somos una mezcla de todas esas
cosas, pero un lector que escribe es alguien que se deja ir en esos
pensamientos un poco erráticos, yo decía la cita de Roland Barthes. Como
decíamos, simplemente quiere expresar, dar cuenta de alguna manera, escribir si
fuera posible qué le pasó a él con su lectura. A él en el sentido ficcional, no
una subjetividad singular de Eduardo Gruner, de Juan, o de nadie, sino al que
está escribiendo.
Uno
siempre piensa a partir de identificaciones fuertes y hasta, a lo mejor, de
frases casuales que vaya a saber por qué razón, son materia del psicoanálisis,
que a uno le dispararon algo, como se dice. Yo siempre me acuerdo, uno de mis
grandes amigos y maestros vinculados a la revista Sitio fue Ramón
Alcalde, en alguna parte yo recuerdo que él alguna vez me dijo algo que me
mostró lo que es un verdadero intelectual. Porque él me dijo “mirá Eduardo, vos
sos alguien que no puede vivir sin escribir, yo en cambio soy alguien que no
puede vivir sin leer”. Ramón escribía extraordinariamente bien pero muy poco,
todos lo intentábamos convencer, incluso en la revista Sitio, donde
escribió varios textos maravillosos, de que escribiera, pero no podía escribir
sin leer. Sin dudas, es uno de los grandes ejemplos de esos intelectuales, de
esos ensayistas que escribía a partir de lo que leía, lo que le importaba era
lo que leía. Está esa famosa frase de Borges que siempre uno puede citar para
lo bueno y para lo malo, y que él decía: estoy más orgulloso de lo que he leído
que de lo que he escrito.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)