jueves, 14 de noviembre de 2013

El español: "unidad en la diversidad"


Nuestra lengua y la complicidad entre hermanos

Nuestra lengua y la complicidad entre hermanos
Mario Vargas Llosa.
Ponencias encontradas entre un peruano, un nicaragüense y un colombiano (transmitidas por el argentino Albino Gómez), acerca de cómo interpretar el tesoro de la lengua, son conclusiones que derivaron del VI Congreso Internacional de la Lengua, realizado en Panamá. Fernando Vallejos, el más osado y polémico en sus observaciones, atribuye el español a los americanos y no a los peninsulares; España pasaría a ser una provincia anómala del idioma.
Graciela Melgarejo / Editorialista del diario La Nación*
Nuestra lengua y la complicidad entre hermanos
Fernando Vallejos: "La palabra
«americanismo» debe desaparecer
porque nosotros somos el idioma…”
Los que tienen o han tenido hermanos lo saben muy bien: uno puede pelearse hasta el extremo de estar días, meses o incluso años sin hablarse, pero el vínculo profundo que lo une a su hermano no se destruye jamás. Hay una complicidad que nada puede borrar. Hay un código en común y, siempre, un lenguaje en común.
Es lo que ocurre entre los más de 500 millones de hispanohablantes -528, según las últimas precisiones de don Víctor García de la Concha, director ahora del Instituto Cervantes- y es lo que, de distintas maneras, quedó demostrado en el VI Congreso Internacional de la Lengua (CILE), en Panamá. Aunque no hayan pasado más de quince días de su realización, algunas conclusiones se imponen. Los primeros en sacarlas, los escritores, y está muy bien, porque nunca es bueno que un escritor se calle.
Las ponencias más comentadas fueron la de Mario Vargas Llosa y la de Sergio Ramírez, porque ejemplificaron cómo interpretar el tesoro de la lengua española desde muy distintos puntos de vista. José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, le expresó al periodista Guido Carelli Lynch que "los congresos de la lengua nunca son importantes desde el punto de vista científico; el CILE reúne gente vinculada al idioma, instituciones, editoriales y como elemento para poner la lengua en el tapete sirve". Y sirvió.
Es lógico entonces que haya observaciones muy transgresoras, pero bastante atinadas; por ejemplo, el escritor, periodista y diplomático Albino Gómez escribió a Línea directa un correo electrónico sobre los últimos comentarios del escritor colombiano Fernando Vallejo a propósito del idioma compartido. "Vallejo dice que las diferencias entre el español de América y el de España aumentan cada día: «En general, son diferencias de vocabulario y pronunciación. Como nosotros somos 21 países y ellos uno solo, diré que el español es el hispanoamericano y no el peninsular. España es una provincia anómala del idioma, de la que podemos olvidarnos, a ver si consumamos así nuestra independencia de ellos, que nunca ha sido completa»".
Y remata Vallejo, según el mail de Gómez: "La palabra «americanismo» debe desaparecer porque nosotros somos el idioma. La que tenemos que introducir entonces es «españolismo» para designar lo que es propio de España, o sea, lo anómalo".
Un precioso razonamiento, muy "vallejiano", con el cual, por supuesto, no hay que estar de acuerdo totalmente, porque ¿quién puede erigirse en dueño absoluto de nada, y menos de la construcción de un idioma, que es una tarea colectiva y, la más de las veces, inconsciente? Los académicos de la lengua, por ejemplo, no serán nunca elegidos por la decisión democrática de los millones de hispanohablantes y no por eso dejan de contribuir grandemente a la "unidad en la diversidad". Basta ver (y leer y entender) la versión beta del sitio de la RAE ( www.rae.es ) para darse cuenta de dos cosas: del inmenso trabajo realizado y de que la Gramática y la Ortografía están, ahora, más que nunca a la mano de cualquier hablante que tenga acceso a Internet y ganas de consultar sus dudas. No es menudo logro, hermanos.

* Esta nota fue publicada en La Nación, Buenos Aires (3.11.13).
Nuestra lengua y la complicidad entre hermanos
Sergio Ramírez.
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sábado, 1 de junio de 2013

Cortázar y la Maga aún se buscan por las calles de París

Para los miles de argentinos que pasan por la ciudad, Rayuela, que pasado mañana cumplirá 50 años, sigue siendo una referencia ineludible
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PARÍS.- A veces, cuando mira por su ventana, María Marta Ibáñez piensa: "Es la misma vista que tenía Cortázar...".
Al igual que el escritor a principios de los años cincuenta, la rosarina, doctora en biología, desembarcó hace diez meses en la Casa Argentina, en la ciudad universitaria de París. Acompaña a su novio, que tiene un contrato de trabajo por dos años. Alquilan un cuarto.
En la casa conoció a algunos residentes que comparten su gusto por Cortázar. Todos decidieron al llegar releer Rayuela . Encontrar aquellas calles evocadas y por las que ahora todos ellos también transitan a diario. Pasear por el Pont des Arts e imaginar a Horacio y a la Maga. "El Pont des Arts es Rayuela ", dice María Marta. Como el parque Montsouris (frente a la ciudad universitaria), la Rue des Lombards (que reúne los clubes de jazz), los jardines de Luxemburgo, el Barrio Latino, los bares Boul'Mich y Old Navy, el Quai de Jemmapes (que bordea el canal Saint-Martin), o las boutiques que venden peces, animales y plantas frente al Sena sobre el Quai de la Mégisserie.
Por todos esos lugares pasó María Marta. Y sacó fotos. Más de cien. Llevó la cámara en la mochila durante varias semanas. La rosarina pasea por la ciudad pensando en Rayuela . Dice que desde que vive en París entiende mejor algunos fragmentos de la obra, sobre todo las partes en francés. "Antes, algo me estaba perdiendo", admite.
Hoy convertido en un clásico de la literatura mundial del siglo XX, Rayuela , una novela revolucionaria por su estructura, que permite numerosas formas de lectura, cumplirá pasado mañana medio siglo. Julio Cortázar tenía casi 50 años cuando el libro se editó por primera vez, el 3 de junio de 1963.
En alguna entrevista el autor confesó que de no haber escrito esta historia, se hubiera probablemente arrojado a las aguas del Sena. Rayuela fue para Cortázar una búsqueda personal. Similar a la de muchos que pasan por París. Para algunos, es la historia idealista de un París del pasado, del jazz. De un París que ya no está. Para otros, releer la obra estando aquí permite nuevos paralelismos.

Homenajes

Incluso, y como parte de los homenajes en la capital francesa, donde entre otras actividades se destaca una exposición dedicada a Rayuela , el instituto Cervantes de París acaba de publicar una Ruta Cervantes de Cortázar. Y el año que viene planea lanzar una segunda ruta dedicada al París de Cortázar.
Laura Gentilezza llegó a París hace un año y medio. Vino a hacer un doctorado en literatura argentina. En Buenos Aires trabajó durante algunos años como profesora de secundaria. Les leía Rayuela a sus alumnos. Estando acá volvió a leer algunos fragmentos. Como uno del capítulo dos que evoca la incomprensión de las situaciones cuando no se conoce bien la lengua, cuando el idioma todavía no ha dejado de ser un ruido. "Si hay que saludar a la empleada, si hay que sonreír, si en ese momento algo va a pasar", enumera Laura. A su llegada lo vivió en carne propia.
Laura dice que siempre que está caminando por la calle piensa en Rayuela . A veces va a propósito hasta algún lugar, como el Pont des Arts, para "pasear y acordarse de la historia, porque ahí empieza todo". Otras veces, es la historia la que la sorprende, como aquella vez cuando pasó de casualidad por la Rue du Cherche Midi y se acordó de que Cortázar la nombraba.
"Me imagino que su vida fue parecida a la que nosotros vivimos aquí. Quienes piensan que Rayuela es una novela surrealista es porque no conocen la Casa Argentina: es París pero no es, porque está lleno de argentinos", bromea Laura ante LA NACION.
María Marta, la bióloga, todavía no sabe qué pasará con todas las fotos que sacó. El proyecto es que sean parte de una exposición, pero no hay nada confirmado.
Mientras, en la Casa Argentina todos toman mate y discuten de política. Por suerte para ellos, a diferencia de los años parisinos de Cortázar, el kilo de yerba ya no cuesta 500 francos (76 euros) y no se vende sólo en una droguería de la estación Saint-Lazare..

El que no sabe es como el que no ve

Si una parte significativa del conocimiento humano está ahora en línea, ¿por qué hace falta memorizar nada?
Me han planteado esto muchas veces en charlas de amigos, clases y conferencias, con el consiguiente debate. Creo que hay algo de verdad en el asunto. Hace casi una década dije, en una entrevista que me hizo el portal Educ.ar, que hoy es mucho más importante saber preguntar que memorizar, y sigo pensando que no tiene sentido premiar al que se estudia las cosas de memoria y aplazar al que captó los conceptos, pero no pudo retener la fórmula. (Fórmula, dicho sea de paso, que el primero olvidará en 24 horas y que el segundo podrá fácilmente deducir cuando lo necesite. O ubicarla en Wikipedia.)
Pero todo esto no quiere decir que un cabeza hueca esté mejor preparado para el mundo interconectado. Es más bien al revés, en mi opinión. ¿Por qué? Porque la mente humana es casi seguramente más compleja que una serie de frascos de vidrio en una alacena. Es decir: memorizar no es lo que parece, y no me asombraría ni un poco que contar con más información -sí, de memoria- nos ayude a formular mejores preguntas, a razonar, a pensar en general.
Lo pondré en estos términos: si bien es cierto que los modelos educativos que premian el memorizar versus el comprender son opuestos, esto no quiere decir que estas funciones mentales estén trazadas tan candorosamente.
Para salir de dudas, hablé por teléfono con Rodrigo Quian Quiroga, el científico argentino que en 2005 descubrió la existencia de las neuronas de concepto, un hallazgo que vino a echar luz sobre el escurridizo mecanismo que emplea el cerebro para memorizar.
Rodrigo publicó en 2011 su genial Borges y la memoria , que presentó junto a María Kodama y Nora Bär en la Feria del Libro de ese año, y en el que, precisamente, se sumerge en el misterio de cómo recordamos.
Sin demasiado sonrojo le pregunté a Rodrigo cómo funciona la memoria. Que es algo así como preguntar qué es la realidad. Desde su oficina en la Universidad de Leicester, donde es profesor y director del centro de neurociencias, me dijo, con paciencia admirable: "Hay realmente muchos principios involucrados en la memoria. Uno es el de la abstracción. El cerebro guarda conceptos, generaliza, tiende a olvidar los detalles. La memoria es, además, un proceso creativo. Cuando recordás no pasás una película guardada en tu cerebro, sino que reconstruís esa película. Además, la memoria está también muy relacionada con la percepción. Percibimos quizás unos pocos centímetros cuadrados de la realidad, y el cerebro se ocupa de rellenar el resto, de reconstruirlo, y lo hace sobre la base de lo que recuerda".
¿Memorizar implica destilar conceptos y olvidar detalles? ¿Recordar es un proceso de recreación y no de dócil reproducción? ¿Percepción y memoria son, si no hermanas, al menos socias? Como me lo temía, memorizar no se parece en nada a lo que creemos que es memorizar. Quizá sea hora de volver a Proust, ahora que lo pienso; también para las neurociencias recordar es un acto de creación. Por este motivo aprender de memoria es perder el tiempo, no porque saber cosas sea inútil. Subiré la apuesta: memorizar como loros es malo justamente porque intenta usarse el cerebro para una función que no le es propia.
Estaba tentado de citar aquí a Plutarco, cuando escribe, "la correcta analogía para la mente no es la de una vasija que debe llenarse, sino la de un madero que debe encenderse". Aparece casi siempre parafraseada como: "El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender". Y suena de lo más bien, pero el contexto es muy diferente de aquél en el que suele mencionarse, aunque no menos revelador. Los interesados pueden revisar un análisis en este foro: www.realspellers.org/forums/orthography/291-plutarch-had-it-2-millennia-ago

Dato, información, conocimiento

El usar la mente de formas contrarias a su naturaleza no es tan malo como parece; digo, somos capaces de memorizar las tablas y poemas y fórmulas, al menos durante un período. Pero hacerlo supone un esfuerzo adicional al de recordar la cara de tu madre o si te gustan más las cerezas que las peras. Este esfuerzo conlleva algún grado de sufrimiento. No es que nos vayamos a herniar por aprender en qué año fue la Batalla de Waterloo, pero tal vez por esto la memoria tiene tan mala prensa.
Es peor, me parece. Además de que se subestima su funcionamiento, creemos que no sirve más que para fabricar eruditos. "Es raro -me dice Rodrigo-, entre los griegos clásicos, por ejemplo, tener buena memoria era una gran virtud. Ahora es al revés." Y cuando este hombre habla de buena memoria no se refiere a Funes ni a personas con síndrome de savant. "Un componente fundamental del pensamiento es el de hacer asociaciones entre memorias -añade Quian Quiroga-. No se trata sólo de memorizar, sino de entender."
Hablando de estas cosas, el miércoles, en un almuerzo, Norberto Lerendegui, director de la escuela de ingeniería y tecnología del ITBA y actual director para América latina del IEEE , comentó: "Internet está llena de datos, pero se suele confundir dato con conocimiento. Por ejemplo, decir La temperatura es de 25º C es un dato. Si en cambio decís La temperatura es de 25º C , está templado, es información. Información es un dato dirigido, un dato que tiene intención. Conocimiento es algo más profundo, es interrelación. Conocimiento hay cuando se dice Si la temperatura es de 25º C no hay que ponerse pulóver . Para poder generar conocimiento hay que interrelacionar los datos, y eso requiere usar nuestras neuronas, nuestro cerebro".
Ni más ni menos. Advertimos tres hechos cuando aprendemos cosas: nos damos cuenta de cuánto todavía no sabemos; esto nos despierta más curiosidad, y por último notamos que nos cuesta cada vez menos retener más información, lo que nos lleva de nuevo al punto uno, y así. Es el círculo virtuoso del aprendizaje, y el Sólo sé que no sé nada socrático se refiere a esto, no a que si no sabés nada de nada entonces sos un groso como Sócrates.
Por cierto -y antes de que quede la impresión de que a la memoria es menos confiable que un carterista y que recordar es lo mismo que hacer dibujitos al azar en un papel-, también somos capaces de almacenar datos duros, detalles; muchas veces -como me explica Rodrigo- relacionándolos entre sí, y esta destreza elemental, basada en una función infinitamente más rica -sí, sí, la memoria-, se ejercita.
Le pregunto a Rodrigo si se entrena la memoria. "Al estudiar la entrenás", me responde sin dudarlo. Pero no somos máquinas, insiste Rodrigo, mientras hablamos, y lo repite también en su libro.

Saber es maravillarse

He aquí la cuestión. La memoria humana no está diseñada como un pendrive. No le pidamos eso. O, al menos, no le pidamos sólo eso. Está para más. En serio, está para más. Y ese más también es memoria, la más humana de las memorias, la que tiene por combustible la curiosidad, la del hambre de saber que se despierta por el interés, y que, supongo, se inicia el día en que, tempranamente, una explicación nos maravilla y entonces esos datos se fijan de tal modo que, aunque no es su misión principal, podemos citar más tarde una parva así de alta de fechas y nombres. De memoria. Pero no la vamos de eruditos; todos esos datos son un subproducto de nuestro interés por algo.
Gran parte del sufrimiento que se asocia (injustamente) con el memorizar tiene que ver con que nos obligan a incorporar datos por medio de la repetición mecánica e inexplicada. Los recuerdos no se graban. Los recuerdos se inspiran.
Doblemente injusta es la mala fama de la memoria, porque hay incluso un placer asociado al recordar. Hay, tristemente, también, pesar, pero un pesar que nos define. Porque, ¿no somos, acaso, en parte, nuestras memorias y, todavía más, no es la manera en que nos recordamos uno de los mecanismos que tiene nuestra conciencia para mantenerse íntegra?
Volviendo a la utilidad de la memoria, no enseñamos a preguntar, sino a almacenar datos. Eso es poco eficiente en general, y en estos tiempos más aún, porque (casi) toda la información está en Internet. Sí, pero lo que vengo a descubrir, luego de hablar con Quian Quiroga, es que nuestra memoria e Internet no tienen nada en común. Pienso que se complementan y que por eso la Red le sirve más al que más sabe, no al revés. La pregunta disruptiva, creativa, la que cambia el mundo, no se basa en la más supina ignorancia, sino en el conocimiento. Las otras no son preguntas. Son meras consultas..